mayo 26, 2005

quemaduras

entramos al cuarto sudados y exhaustos, con el sol todavía rodando por la piel y aferrado al cabello, insolados hasta el delirio, borrachos de sol. ella comenzó a despegarse la ropa del cuerpo y yo me tendí en el suelo de barro bajo el ventilador.

no podía respirar, pero tampoco desacelerar mis pulmones.

ella se sentó a mi lado, desnuda, de espaldas a la ventana. estaba abierta para dejar entrar la brisa marina, pero lo único que entraba el sol: derramándose por entre las persianas, dejando rayitas de sombra por la curva brillosa de su espalda.

estaba como colapsada sobre sí; los labios entreabiertos, la respiración rápida y sincopada. sin pensarlo mucho, puse mi mano en su muslo oscuro. lo recorrí de rodilla a cadera, palpando su forma dura bajo la fina capa de sudor. ella exclamó como si le ardiera. quité mi mano.

comenzó a respiar por la garganta, profundo y audible. tomo mi mano y la volvió a colocar en su cuerpo, en ese punto entre abdomen, cadera y sexo. su respiración se calmó (pude verlo, su pecho apenas se movía). se quedó inmóvil en la columna de viento caliente unos momentos antes de levantarse.

desde el otro lado de la puerta, oí la regadera.

la seguí.

había abierto la llave de agua fría, pero el agua llegaba tibia de las tuberías expuestas al sol. sentía las pequeñas columnas recorrerme de la nuca al muslo, y las veía recorrerle la cara, el cuello y el pecho, acumularse entre nuestras caderas.



eventualmente, el agua comenzó a salir fría. ella desenredó sus piernas de alrededor mío y fue al cuarto a que la secara el ventilador.

yo cerré la llave. al salir me encontré con la puerta cerrada y su espejo de cuerpo completo. el rojo de las quemaduras de sol comenzaba a aparecer.

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