octubre 17, 2006

Hasta diez

“Voy a contar hasta diez para que te alejes y luego iré tras de ti… Uno…” Ella no escuchó el dos y corrió hacia su casa, divertida. Una pareja había visto la escena desde la acera, al otro lado de la calle. Llegó sin aliento, sorprendida de que no la hubiera alcanzado, y se le ocurrió una idea.

Él intentó abrir la puerta pero la puerta se detuvo. Ella se burlo de él: la puerta tenía picaporte. Intentó alcanzarla y tomarla por el brazo. Fue fácil esquivarlo. Lo recorrió de abajo arriba, provocándolo. Subió un dedo a su boca, lo cubrió con sus labios y lo enredó en su lengua. Pronto sus caderas adquirieron ritmo. Se acarició los senos. Lanzó una carcajada y pensó en abrirle. Él la detuvo con sus palabras.

“¿Sabes qué voy a hacer? Voy a sacármela y me voy a masturbar aquí afuera, viendo cómo te tocas”. Ella le dio la espalda y provocó en su cintura. Pasó las manos por sus nalgas y bajó flexionando las rodillas. Sabe que él adora su trasero. Se quitó la playera y al voltear descubrió que él había cumplido su amenaza. Estaba ahí, acunado hacia la puerta, masturbándose. Con el peligro de que alguien pasara y lo viera haciendo eso casi en vía pública.

Se quitó el pantalón, sin prisas, y volvió a recorrerse con sus manos en ropa interior. Negra. Deslizó sus pies en las sandalias que se había quitado. Él lanzó un pequeño gemido cuando ella introdujo su mano bajo su panti. Sintió la humedad en sus dedos y se abandonó a la sensación de saberse observada. Cerró los ojos después de haber encontrado en su mirada el deseo que quería provocar.

Sintió en sus manos de mujer un placer de hombre. Imaginó sus propios gestos en la respiración agitada que escuchaba a su espalda. Su cuerpo se volvió hermoso de deseo. Él se endurecía en el colmo de la excitación, mirando cómo se poseía a sí misma. Lanzó un rugido. Quería poseerla. Ansiaba poseerla. Ella escuchó el rugido en su vientre y no pudo más.

Ella quitó el picaporte. Él entró a la casa. Ella lo miró. Él la tomó de la cintura y la llevó al cuarto. Ella apagó la luz. Él la tiró a la cama. Ella le quitó la camisa. Él descorrió el cinturón. “Voy a contar hasta diez para que te alejes y luego iré tras de ti… Diez.”

octubre 09, 2006

Un cuento en verso

Los Agonistas

Al del cuerpo impaciente y la sonrisa a flor de piel…


Estamos entre dos mares.
Acostados sobre la arena.
El viento nos cubre con su aliento de sal y algas,
abriendo, más que vistiendo la piel.
Los peces nadan por nuestros cuerpos,
navegando por los muslos,
respirando nuestra vida.
Las olas lamen nuestras ruinas.
Somos rocas.
Tú en tu mar. Y yo en el mío.

Acaricio tu rostro con mis manos
Y borro los surcos de tu frente
Y lleno el abismo de tus ojos con la arena,
con la arena que me arranco del vientre.
Y sello tu boca con mis labios.
Y tú ya no eres tú,
Eres todos los hombres,
Todos mis hombres.

Tu cuerpo son todos mis recuerdos.

Nuestras espaldas son peñascos donde las olas chocan.
Fuerza que quebranta la frontera infranqueable
entre tu cuerpo y el mío.

Con tus dedos trazas un círculo en mi pecho,
Y abres un agujero por donde mi alma escapa,
Alma hecha paloma que se posa en tu hombro
Y me ve,
Horrorizada
Y se echa a volar hacia el sol agonizante de la tarde.
Y yo ya no soy yo,
Ni soy todas las mujeres,
Ni todos tus amores.

Lívida, casi muerta, me tomas en tus brazos.
Tu pierna sobre la mía.
Mi sexo frente al tuyo.
Me das de beber de tu aliento,
Del semen que brota de tu sexo
Serpiente de agua y sal
que busca su fatal destino
en el misterio de mi cueva:
rincón del ser donde se desmoronan los sueños,
donde la soledad comienza…
donde nace la muerte de poseerte y no albergarte.

Con cada vaivén,
con ese ir y venir de olas,
y de cuerpos,
se alborota la marea.
Tu mar penetra el mío,
mi mar abraza al tuyo.
Nuestras olas se confunden
en un solo y solo mar.
Y nos van desvaneciendo de la arena.

La espuma es nuestra mortaja,
El mar nuestra fosa,
Y el horizonte nuestro destino:

Somos las estrellas más distantes y oscuras de la noche,
De la noche de los tiempos.

Yo en mi Tiempo…

Y tú en el tuyo.