abril 26, 2006

100

Esa noche que te vi, el cielo estaba conteniendo toda su lluvia.
Las nubes grises se amasaban sobre las montañas, y una que otra gota perdida nos caía en la nariz o en el ojo. Abriste la puerta del coche-isla, en medio de un gran estacionamiento vacío y de asfalto. ¿Y ahora qué? me dijiste. Yo me senté en el asiento trasero, dejando mis pies afuera del coche. No sé, acércate. Obediente diste uno dos tres pasos hasta que quedaste justo frente a mí.
El viento otra vez, sin lluvia otra vez.
Te cedí espacio, sube al coche, cierra la puerta. La cerraste. Algo conectado a mis venas diluía en mi sangre, gota a gota, una emoción que quiso explotarme en el pecho.
¿Y ahora qué? me dijiste. Bésame, idiota. Desde la oscuridad sentí tus ojos, como dos grandes preguntas mirándome fijamente. Cómo crees, yo no puedo besarte. Claro que puedes, y la respuesta de mis manos fue tomarte del cuello y acercarte con violencia hacia mi boca, no te resistas. Mi lengua marca el ritmo, tú dices auch. No digas auch, es anti romántico. Pero me mordiste el labio. Cállate, me desconcentras.
Y me hundo otra vez en tus labios, me acerco, te cerco, te arrincono, la respiración se agita, no te dejo ir. Me empujas de los hombros para separarme, despacito, como si quisieras que no me diera cuenta.
Tus manos van aquí, en mi espalda, y me acaricias así mientras yo me hundo en tu cuello, y luego muerdo tu clavícula y tú aprietas mi cintura. ¿Ves? no es tan difícil dejarse llevar, pero todavía no termino la oración cuando me avientas hacia atrás y caes encima de mí. Me besas con fuerza, has aprendido bien aunque toques mis senos con miedo. Te acaricio la espalda con las uñas, tú me besas el cuello, empieza a llover.
Qué bueno que llueve, me excita el sonido de la lluvia golpeando los cristales del coche, la negrura allá afuera que nos protege.
Sigue bajando tu boca, yo te ayudo con los botones. Deja un rastro de saliva brillante sobre mi vientre, lame mi ombligo. Quiero abrazarte el cuello con mis muslos, te digo, llevo meses deseando verte así. Te detienes en seco.
¿Y ahora qué?, pregunto. Es que ya se terminó la canción. ¿Y luego? Hubieras puesto una más larga. No, es que... es que aparte ya me tengo que ir. Cómo crees, apenas son las doce. Sí, pero es que mi mamá... Tu mamá ni siquiera te ha llamado, no mames; acércate otra vez, no me dejes aquí tendida y tan sola. Pero tu cara es triste.
El ansia que explota en mi pecho, otra vez, cuando de golpe me doy cuenta.
Pero si sólo tienes dieciséis.
Se me hace agua la boca, pero la expresión en tu rostro me dice que no puedo exigirte más.
Me abotono rápidamente la blusa y me acomodo el cabello. Tú te cambias al asiento del copiloto, y yo del conductor. Te llevo a tu casa. ¿Y qué le digo a mi mamá para explicarle la hora a la que estoy llegando? Pues... tú dile que las asesorías se alargaron mucho, porque el examen de mañana está muy difícil. No te preocupes por estudiar, ya sabes que como quiera yo te pongo el cien.