febrero 06, 2008

El experimento

Pero insistió. Y cuando me di cuenta ya estaba yo, dócil, con las rodillas y las palmas en la cama y, en la pared, mis ojos.
Tomó mis nalgas con una rudeza que más parecía imitación.
Cerré los ojos.
Intenté respirar pausadamente.
-Gabriela.
Exhalé.
Abrí los ojos.
Gemí.
-¿Te lastimo?
-No.
Luego abrí mucho más los ojos.
-¿Estás bien?
Pero ya no escuchaba: sólo atendía al movimiento de su pelvis con tal ahínco que temí por la integridad de mis tejidos.
Cerré mis ojos.
Desgarradoramente.
-Gabriela.
Gabriela ocupada en un mar de risas.
Me tumbé en la cama.
Ella posó, delicada, una mano en mis nalgas.
-¿Estás bien?
Su sonrisa de mujer.
-Estoy bien.
-¿Te gustó?
-No tanto como a ti, tal vez.
-Gemiste.
-Gemí.
Gabriela tomó su pene plástico y lo agitó triunfal.