septiembre 10, 2005

El perfume

who's seen jezebel?
she was born to be the woman we could blame
make me a beast half as brave
i'd be the same

-- jezebel, iron&wine

I.

Se miró en el espejo del baño y vio su larga cabellera que acababa justo a la altura de los hombros. Tenía un pronunciado escote que entreveía el comienzo de sus senos, y tan sólo unos delgados tirantes que impedían que éste se moviera de su lugar. Sus ojos eran verdes, combinando con su blusa, y su piel blanca y pura. El cuerpo era perfecto, simétrico, hermoso… pero había algo que se imponía al reflejo. Un olor que lo provocaba. Un punto que sentía latir fuertemente. Lo que parecía ser el centro de gravedad de su cuerpo.

Asegurándose que no había nadie a su alrededor, entró con apuro a una de las cabinas, y cerró la puerta. Se sentó en el retrete, tiró los libros y la bolsa a un lado, y metió su mano a sus jeans, por debajo de su ropa interior, para palpar esa humedad tan tibia en su cuerpo. Introdujo lentamente la punta de su dedo, y sintió cómo sus pezones se erizaban y rozaban contra la delgada tela de la blusa. Envuelto en una sensación que hasta ese momento se le había negado, ahogó un grito de placer en su garganta y abrió los ojos para ver al guardia venciendo la puerta de golpe.


II.

Cuando alguna de las mujeres soltaba una grosería, Jesús se tocaba la punta del sombrero en señal de agradecimiento. Lo llamaban estúpido, pendejo, imbécil porque a todas se les quedaba mirando libidinosamente. Desde la banca se comía sus cuerpos, comparaba sus cinturas y quedaba hipnotizado por el breve espacio que separaba un muslo de otro. Hasta a la más gordita le encontraba el punto. Pasaba una muchacha alta, de cabello cenizo largo, vestida de falda y de blusa de tejidos folklóricos, y se daba el lujo de pasar por encima de su persona y decir cuáles partes de ella valían y cuáles no. Sus amigos se divertían con él burlándose de las estudiantes que pasaban en cada cambio de clase, siempre en el mismo pasillo, como era la tradición. Clasificar el pinche ganado, decía uno, apretándose la hebilla de sus vaqueros.

Esa vez Jesús cometió el error de mirarla a ella. A ella, la más rubia de todas, la más sensual de todas. La del vestido más sencillo, los senos más perfectos y las nalgas más redondas. La del pubis más escondido. Jesús murmuró a sus amigos todas las cosas que haría si tan solo tuviera la oportunidad, y ellos soltaron una carcajada. La buscó con los ojos, le sonrió con lascivia, y ella le regresó la mirada. Se puso nervioso cuando veía que se acercaba a él, moviendo sus caderas, con los libros en una mano y la bolsa en la otra. Se inclinó hacia su oído y le dijo unas suaves palabras. Alcanzó a oler por un segundo un sutil perfume de mujer que le nubló la mente por completo.

Cuando recobró la conciencia, Jesús ya no estaba en su cuerpo.

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