julio 13, 2005

tempestad

Te metiste en mi casa, sin permiso, porque sí. Decidiste que vivirías conmigo sin siquiera preguntarme qué pensaba al respecto. Desde hace días arrastras tus pies desnudos por la sala, la cocina, el comedor, el baño. Mi regadera te ve desnuda pero mi cama no tiene el privilegio de tu piel. Te mueves de un cuarto a otro y yo sólo te observo desde el sillón, atolondrado. Te me escondes detrás de la taza de café, del libro en turno, de la revista de moda, hasta detrás del televisor que se come tu interés en los programas más estúpidos. Me coqueteas sin ganas de que me acerque. Y yo te acecho desde los rincones de mi propia casa, como león en la jaula que tú me has puesto, que has construído cn el metal de tu indiferencia.

Pero hoy has llegado demsiado lejos. Dejar la puerta del baño abierta mientras te duchas es más de lo que puedo soportar. Tu cuerpo que nunca ha sido mío me sugiere sus formas detrás de la cortina transparente. Desde el sillón miro como pendejo cómo levantas una rodilla, luego otra, y vas pasando por cada rinconcito de tu cuerpo esa esponja que tantas veces he olido, pero que sólo me responde con un simplón aroma a lavanda.
Adivino la aureola de tus pezones, la vulnerabilidad de tu sexo depilado, y por poco meto las manos debajo de mi pantalón.

Te bañas con la seguridad de una reina, con la sensualidad de una diosa, y con ese pinche jabón de lavanda que tanto te gusta. Pero no más angustia. Espera a que cierres la regadera, a que salgas, cabrona, que asomes esa inocente patita desde atrás de la cortina, y ya verás como este león enjaulado te salta encima. Te voy a arrancar la toalla con la que medio te cubres, y a saciar mi sed lamiendo el agua de tus senos. Voy a hundir mi lengua en los pliegues de tu sexo sabor a mar, o a tempestad, y voy a hacer naufragar tu cordura tan cabrón que vas a arrancar la cortina de puro gusto.
Cuando ya no puedas más, y mis manos se hayan resbalado por todo tu cuerpo, voy a penetrarte, y como oleaje amansado llegaremos hasta la orilla de nuestros cuerpos. Y al final, con un beso te mostraré el sabor de tus entrañas, a ver si a fuerza de desearte, me deseas un poquito a mí también.

Ya cerraste la regadera. Yo me pongo de pie en un salto, y me acerco, sigiloso, a la ducha.

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