julio 12, 2006

Tormenta de verano

Me harté de ver el sol entrando constantemente por la ventana. La vista se había vuelto nauseabunda: sol, vendedores ambulantes que prometían solventar el calor con sus nieves de limón, perros sarnosos oliéndose los unos a los otros, un árbol debilucho inmóvil gracias a la ausencia de viento, y un par de mecánicos grasientos durmiendo la siesta en la banqueta. El calor era tan inquebrantable que ya hacía un par de meses que rogábamos que una tormenta viniera a redimirnos. ¡Oh, lluvia, que con tus ocho mil brazos le das sentido a nuestros veranos! ¡Haz que esta tarde venenosa nuestras ventanas tiemblen contra tus vientos furibundos!

Pero lo único que llegaba era el estruendor del tren, que cada vez que pasaba parecía que la casa se fuera a derrumbar.

Recordé entonces que durante el invierno que pasé allá, tomé un video de casi diez minutos de la vista desde el octavo piso donde trabajaba. Lloviznaba, y hasta los edificios parecían andar encorvados y con el abrigo abotonado hasta la nariz. Pensé que tal vez, si miraba el video, me sentiría mejor. Lo único que había que hacer era encontrarlo entre mis cuatrocientos discos quemados que no tenían organización alguna. Así que, sentada en el suelo con mi laptop, en la única parte de la habitación a donde no llegaba el sol, con un vaso gigante de hielos a un lado, fui revisando el contenido de mis discos.

En una carpeta dentro otras varias capas de carpetas de trabajos de la prepa, encontré el archivo que hace algunos años había escondido para que nadie lo encontrara jamás. Había terminado por olvidarlo después de no verlo en las carpetas habituales. Era un video que nos tomamos en un hotelucho de cien pesos por tres horas, alguna madrugada entre semana después de haber salido a hurtadillas de nuestras casas, teniendo cuidado de no despertar a nuestros padres.

“La puedes arrancar si quieres”, dijo mi voz adolescente.

Mientras una de sus manos sostenía la cámara y la otra arrancaba la blusa apretada de botones que me había puesto precisamente para ese fin, sonó el tren. Nunca me había percatado de ese sonido en el video. ¿Cuántas cosas como esa no habré percibido entonces? Imaginé que aquella madrugada de verano, mientras besábamos tímidamente nuestros sexos, hubo tormenta. El bochorno nos hizo sudar más de la cuenta y nuestras pieles se resbalaban como delfines contra un agua musical. Las cucarachas recorrían los muebles mientras nosotros palpábamos aplicadamente el cuerpo del otro. Una lengua en una axila, una oreja en un obligo, un hombro en un ojo, una cadera en un mentón. Nuestro pelo mojado de sudor interfería con nuestros besos pero no con los secretos amorosos que nos íbamos diciendo quedo. Qué rico era quererse entonces.

Me ordenó ponerme de pie sobre la cama y desanudar los listones que sostenían una tanga demasiado indecente como para que mi madre me dejara usarla. Dejé que me recorriera toda con el lente: qué pequños mis pechos, qué infantil mi vientre. Me había depilado completamente pues nos gustaba sentirnos niños. Mis pezones fueron mordidos con demasiada vehemencia y mis movimientos pélvicos fueron demasiado
lentos. Estuve, sin embargo, monstruosamente dilatada, deshaciéndome en fervor casi religioso mientras él hacía unas tomas de sus dedos adentro de mi vagina. Después tomé yo la cámara y fui diciéndole que se quitara la ropa, para tocar su cuerpo con mi otra mano. Con un dedo marqué lo largo de su columna e hice figuras con el dorso de mi mano en cada sucucho que pude encontrar. Le pasé la cámara nuevamente para que registrara mi desempeño en mi recién aprendido arte del sexo oral. Había que revolotear la lengua y abrir la garganta, succionar con cuidado de no meter los dientes, andar hacia arriba y hacia abajo, hacia adentro y hacia afuera, voltear a ver la cámara con ojos de lumbre sintiéndome toda una estrella porno, y seguir, seguir, seguir.

Luego dejó la cámara a un lado, cuidando que el ángulo fuera bueno, y me echó hacia atrás para penetrarme y terminar dentro de pocos minutos. Su corazón habrá latido con una violencia que a mí me habrá parecido envidiable. En el baño habrá habido un jabón Rosa Venus, un rollo de papel a la mitad, pelos ajenos en el lavabo, azulejos rotos y pésima iluminación. Unas gotas de semen habrán caído al agua del inodoro, haciendo unas figuras como de humo mientras yo orinaba. Me habrá salido una lágrima de placer, y me habré sentido, la verdad, un poco sola. Siempre era así, lo recuerdo.

Le pongo play otra vez. Viéndolo cogerme, moviéndose hacia adelante y hacia atrás con un poco de torpeza, y viéndome recrearme en su espalda con mis manos, traté de recordar sus lunares, la forma de la cicatriz en su antebrazo, la cantidad de vellos en sus piernas, el tamaño de su pie con respecto al mío. Detalles que se han esfumado para siempre, y que no queda más que recrear con las manos, reemplazando sus mordidas con cubitos de hielo, y escuchando el retumbar de la ventana, que opaca
nuestros pequeños gemidos.

7 comentarios:

Kluzter Benavides dijo...

:O

Cómo no imaginar las escenas, cómo no revivirlas y no sentirlas tan actuales.

Esto de ligar las lluvias con los encuentros y discretamente revelar poco a poco el detallito que después recordaremos...

me fascina... la vdd que sí.

estos son de mis favoritinhos.

Anónimo dijo...

ajajaja
yo fui una jovencita tan aburrida...

Suza Ruiz dijo...

"qué rico era quererse entonces". me hiciste pensar millones de cosas. me gustó mucho tu cuento :)

issa dijo...

"con cuidado de no meter los dientes"
jajajaja


pero creo que las dos palabras más poderosas de todo el relato son "viéndolo cogerme".

Xitlally Romero dijo...

me gustó mucho el toque melancólico que impregna todo el cuento... y grr, una vez más suza me ganó en el comentario, también me hizo pensar mucho ese "qué rico era quererse entonces".

m.e. dijo...

si, sux también me ganó el comentario...

algo más que me hizo pensar fue eso de la depilación... por fin entiendo por qué no me gusta la depilación.

me gustó mucho, muy bueno (Y)

Anónimo dijo...

la depilacion rules
hair sucks